
En 2019 demostró que esas bolsas podían seguir soportando el peso de toda una compra de supermercado tras llevar hasta tres años bajo tierra.
Napper decidió esclarecer cómo de sostenibles eran en realidad las bolsas de plástico que se anunciaban como biodegradables y averiguar también cuánto tardaban en desintegrarse.
Imogen Napper cuenta que su frase favorita desde pequeña siempre fue “¿por qué?”. La científica marina británica, que logró con tan solo 24 años colocar en el debate político del Reino Unido el problema de las micropartículas presentes en los limpiadores faciales, se ha pasado la última década investigando la contaminación del plástico, obsesión que atribuye a su curiosidad natural y a su estrecha relación con el mar.
Esta científica marina creció en Clifton, una ciudad cerca de la costa donde, precisa, “el agua del mar no es azul, es marrón; no hace sol, sino que llueve; y la comida es pescado con patatas fritas. Pero me encantó, siempre pude explorar en las rocas y eso me dio esta gran pasión por el océano que me ha empujado hacia adelante”.
La acumulación de plástico que Napper se encontraba en ese entorno que de pequeña veneraba la llevó a preguntarse de dónde venía toda aquella contaminación marina y cómo podía frenarla, señala la investigadora, que es también “exploradora” de National Geographic, participa en un programa de liderazgo climático y ambiental organizado por la Fundación Príncipe Alberto II de Mónaco.
“Así que transformé mi curiosidad en investigación”, prosigue Napper. El resultado de sus horas de encierro en los laboratorios de la Universidad de Plymouth, ligado a una fuerte comunicación en redes sociales basada en sus estudios, se tradujo en que en 2016 el gobierno de Reino Unido anunciara la prohibición del uso de micropartículas en los exfoliantes faciales, una medida pionera que en ese momento habían propuesto pocos países (entre ellos, Estados Unidos).
“Nadie sabía cuántas micropartículas podía haber en esos botes de exfoliante facial. Nosotros lo investigamos y descubrimos que un solo frasco podía contener hasta tres millones, lo que equivaldría a miles en el cuadrado de una mano que podrían irse por el desagüe y, a través de los sistemas de tratamiento de aguas residuales, llegar potencialmente a nuestros océanos”, explica.
“Creo que debí de parecer una loca porque iba a los supermercados y tiendas de todo Reino Unido y compraba unos 20 exfoliantes faciales allá donde iba. La gente quizá pensaba que yo sólo quería estar muy limpia pero en realidad los estaba examinando en el laboratorio”, comparte divertida, en una charla con periodistas en el Principado.
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